Miedo y sexo


Hace muchos años leí algo que escribió Gabriel García Márquez sobre las dietas. Si mal no recuerdo el texto decía así; -“Me pasé la mitad de mi vida muriéndome de hambre porque no tenía suficiente dinero para comer y parece que ahora estoy condenado a sufrir el hambre porque subo de peso.”

Continuaba narrando el Gabo, que siendo más joven cuando asistía a reuniones sociales, le parecían de lo más banales las conversaciones que escuchaba sobre dietas y cuidados de la figura y la salud.

Creo que a todos nos pasa igual.  Cuando llegamos a cierta edad en la que lo que antes nos causaba enorme gusto ingerir, ahora nos puede resultar letal.

Y no se crean querid@s lectores que son exageraciones mías cuando utilizo el adjetivo letal. En mi última visita al nutriólogo, este me puso las cosas de tal forma, sobre mis malos hábitos alimenticios, que su sentencia fue que, o me ponía a dieta o que me preparara para llevar una existencia bastante miserable, agobiado por un sinfín de enfermedades y complicaciones derivadas de estas.

Si ustedes me lo permiten les quiero compartir mi reciente experiencia con el doctor Escalante, medico bariatra que aparte de todo me exigió volverme abstemio.

Mis achaques y padecimientos son varios, algunos reales otros imaginarios, pero en resumen según diversos diagnósticos médicos, empezaba yo a experimentar niveles altos de glucosa, estaba a un paso de volverme diabético,  con presión arterial alta, hígado graso y obesidad, -yo alegaba que era solo un poco de sobrepeso, algo así como 25 kg de más, a uno no le gusta aceptar que está gordo, y menos por la razón de ser tragón-.

Para no hacerles el cuento largo, total que me impuso el matasanos una estricta y rigurosa dieta y no solo eso. Me sentenció a cadena perpetua. 

Me dijo -A partir de este momento, usted ya no puede seguir llevando la vida caótica y desordenada que ha tenido hasta hoy- 

Y si no tiene intenciones de cambiar váyase resignando a morir lentamente.

El pronóstico que recibí, fue que, de continuar por el camino que yo transitaba, seria candidato a un infarto, derrame cerebral, o padecer diabetes, e incontables sufrimientos. Y la verdad ¿pero qué necesidad, para qué tanto problema? 

Dijera Juan Gabriel.

Me dieron una dieta de galeote y me ordenaron hacer ejercicio cuando menos media hora al dia  y acudir al gimnasio tres veces a la semana a hacer pesas, esto último con la intención de ganar masa muscular.

¡Y yo que soy el rey de los sedentarios!

Le pregunté al galeno si valían de algo las veinticinco vueltas que daba yo del cuarto de tele al refrigerador viendo la serie de Breaking Bad.  Y obvio que me las descalificó.

Así que, en resumidas cuentas, me ordenaron, cuál recluta ruso mandado a morir a Ucrania, que me aplicara sin miramientos a las indicaciones médicas.

Para colmo de males, además de los referidos, otra complicación adicional derivada de mi mala salud sería la disminución de mi rendimiento sexual tanto en funcionamiento como pérdida de la líbido. 

Y a partir de esta amenaza es que encontré la suficiente determinación, para esta vez, si llevar al pie de la letra las indicaciones de mi doctor.

Pues han de saber ustedes amigas, amigos, que no hay motor más poderoso que nos impulsa a hacer lo que sea, que el miedo a morir y el sexo.  Y más todavía este último.

ASS






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