Buenas intenciones, mala gestión
Ya es costumbre escuchar que nuestros gobernantes basan sus discursos antes y durante el ejercicio del poder, en sus inigualables buenas intenciones de que las cosas van a estar mejor o que están en la ruta correcta para lograrlo por lo que no dejan de trabajar.
Muy bien, pero a la hora de ejecutar sus buenas intenciones, les gana la emoción, el sentimiento o el compromiso de quedar bien con sus leales allegados, amigos, compadres o –muy en especial- los que los apoyaron con recursos económicos o de otra índole, para llegar a donde están.
Una vez ahí arriba, las “buenas intenciones” son sustituidas por la llamada lealtad incondicional del que es felizmente designado y que debe ser leal en un mínimo de 90% y el resto, o sea la capacidad, talento o profesionalismo, para lo que fueron nombrados. Siguiendo el ejemplo del propio presidente de la República.
El resultado -en la mayoría de los casos-, está a la vista: secretarios de estado que les queda grande el puesto como la de Educación Pública, de Energía o de Economía (por mostrar solo algunos botones); no faltan direcciones importantes como la de Pemex, el Deporte o Ciencia y Tecnología por citar solo algunos; ni que decir de otras dependencias o comisiones como la de la CNDH, verdadera nulidad o remedo de títere de ventrílocuo que es Rosario Piedra, haciendo honor a su apellido.
Y si eso ocurre en el ámbito federal en un número considerable de funcionarios en todos los niveles, es de imaginarse lo que sucede en los estados y municipios. Está plagado de casos como si fuera el lirio acuático como el que tenemos en el estero de San José del Cabo, que se alimenta y reproduce gracias a la presencia de los nutrientes ricos en materia fecal que le rodea.
Lamentablemente como es el caso de Los Cabos o La Paz y del mismo gobierno estatal, sus buenas intenciones se desintegran cuando su amistad o buena fe en nombrar a sus equipos de trabajo o, lo que es muchas veces peor, escuchar a algunos de sus amigos-consejeros que -en gran medida- encarnan aquella famosa frase de que “Estados Unidos no tiene amigos, sino más bien intereses” y vaya que aseguran sus intereses.
El grave problema que estos gobernantes enfrentan es que, conforme transcurre su tiempo de gestión, se van dando cuenta (y no siempre) de que los resultados que ofrecen sus hombres y mujeres de confianza no son los esperados, por lo que la responsabilidad de tener que hacer ajustes no siempre les conviene por el costo político que les representa.
Incluso en ocasiones, ni siquiera logran darse cuenta que los malos o pobres resultados no siempre son consecuencia del desastre que dejaron anteriores administraciones que -hay que decirlo-, también es cierto, sino que más bien es la falta de capacidad de sus funcionarios que se “distraen” atendiendo los negocios que pueden hacer gracias a sus posiciones en la administración pública. No es de casualidad que algunos persistan en autorizar ciertos permisos, licencias o promover adquisiciones donde las tajadas no son nada despreciables. De ahí aquella infame frase de los que buscan puestos públicos: “ na´mas pónganme donde hay” del resto ya se encargarán.
No faltará quien diga que es muy fácil lanzar la acusación o la indirecta tan directa, “que presenten pruebas” dirán, pero no nos hagamos, desde siempre han existido y seguirán las “tapaderas”, ya que entre ellos mismos se encubren hasta que se demuestre lo contrario – y con evidencias-, y así seguir gozando de impunidad que mantienen, no pocas veces, con extraordinario cinismo que se transforma en jactancia de su gran astucia en obtener sus jugosos dividendos.
Sospechas, todas…y ganadas a pulso: desde las secretarías generales de gobierno, pasando por Cabildos amañados, direcciones de cultura, obras públicas, planeación urbana, de inspección y vigilancia, adquisiciones, etcétera, etcétera.
Finalmente, mientras en la sociedad no exista el valor civil de la denuncia, la corrupción seguirá avanzando irremediablemente.
AFC