Poder público
El poder público, afortunadamente, es temporal. Aquellas personas que lo detentan son servidores que, aunque a veces confunden su papel de autoridad republicana con regencia y a los ciudadanos como vasallos, solamente tienen encomiendas con vencimientos conocidos de antemano.
Así también, el servicio público, como la academia, cuesta y normalmente no se obtiene lucro de ella sino tan sólo la recepción de los satisfactores necesarios para conducir una vida con decoro pero sin lujos. Sin ser juaristas, la honrosa medianía sí es un buen adjetivo cuando los objetivos en el servicio público están en el lugar correcto.
Ejemplos recientes y no tan recientes sobran de servidores públicos que, no conformes con la seguridad de su siguiente quincena, desvían su atención y buscan, mediante corruptelas y extorsiones, acrecentar de manera desmedida su patrimonio a expensas del erario o de la ciudadanía a la que está teóricamente sirviendo durante tres o seis años.
La satisfacción del deber cumplido en estos casos lamentablemente pasa a un segundo plano y la vocación de servicio, que guiaba en un primer momento la obtención de un sueldo y prestaciones menores a los que se manejan en la iniciativa privada, se esfuma en el intento.
Motivos hay muchos pero el servicio civil de carrera, es decir, la consolidación de burócratas profesionales puede aminorar la vorágine de servidores públicos que sólo obedecen al signo político que los llevó al poder, ya sea de manera directa en la elección o bien indirecta mediante designación. El escalafón puede motivar a que los mandos superiores, y no sólo los medios o inferiores, continúen al frente de sus responsabilidades si existen méritos para que su labor continúe en preferencia sobre amistades, familiares o cuotas de grupos que tienen compromisos estrechos con los candidatos ganadores.
Precisamente la especialización en el servicio público ha contribuido a la contratación de personas cada vez más capacitadas y educadas. La academia ha hecho lo propio para contribuir a la existencia de profesionistas que requieran estar actualizados en sus conocimientos y familiarizados con las diferentes herramientas tecnológicas que mayormente inciden en la función pública.
En la medida de que el gobierno esté representado por personas preparadas en el área de la función pública el tema de los candidatos ganadores pasará a segundo plano y el enfoque de las políticas públicas podrán calibrarse pero su implementación quedará confiada a personas profesionales y no, como ha ocurrido en muchos casos, de personas improvisadas que sólo deben su posición a temas de amistad o coyunturales.
Con esto se trata de profesionalizar el poder público desde arriba y solamente con personas comprometidas con un verdadero servicio civil de carrera, que no obedezcan a intereses políticos pasajeros o a políticas partidistas estériles, podremos contar con una evolución en la calidad del servicio público prestado; con ello, evitamos estar sujetos a los vaivenes de ciclos electorales que si bien son esenciales en una democracia, sólo deben cambiar enfoques o reprogramar prioridades pero no intentar refundar al estado mexicano con transformaciones, independientemente del número, cada seis años.
Es hora de que hablemos claro. El poder político es para usarse en beneficio de los ciudadanos y las personas que estén en ese ejercicio detrás de barandillas, ventanillas o hasta buhardillas deben entender que su función es pasajera pero puede ser más permanente si existe convicción y profesionalización. En un país de ciudadanos, que incluye al pueblo bueno y al malo, el poder público es no sólo temporal sino sujeto a revisión por los propios ciudadanos.
duardo Tapia Zuckermann, Tapia Zuckermann, S.C.; Abogado en México, Nueva York y Washington, D.C. – Consejero Nacional de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados, A.C.