Prieto y pobre
Los mexicanos en promedio somos bastante racistas y discriminadores entre nosotros, independientemente del nivel socio económico al que se pertenezca.
Curiosamente, esto ocurre en una sociedad en la que más del 93% de la población es mestiza, de acuerdo con un estudio realizado por el Instituto de investigación en genética molecular del Centro Universitario de la Ciénega, encabezado por Héctor Rangel Villalobos y publicado en la American Journal of Pshysical Anthropology en 2008.
Pero nuestro mestizaje lleva aparejado un rechazo mal disimulado e hipócrita hacia nuestros compatriotas por su apariencia física.
En los resultados de la Encuesta Nacional sobre Discriminación de 2017, se puso de manifiesto que el 6% de la población mexicana de 18 a 59 años de piel mas clara tenía posiciones laborales de director, jefe, o funcionario, mientras que de las personas con piel mas obscura solo el 2.8% accedía a estos.
La población indígena aglutinada en comunidades que conservan su lengua y costumbres maternas es de 7,364,645 personas y representa el 6.14 % de la población total, de acuerdo con los datos del INEGI 2020, las entidades con mayor porcentaje de hablantes de lengua indígena son: Oaxaca, Chiapas, Yucatán, Guerrero, Hidalgo, Quintana Roo y Campeche. Casualmente es donde se concentran los mayores índices de pobreza del pais.
En los estados del sur, como Puebla, Veracruz y Campeche, el porcentaje de genes indígenas es superior al 70 por ciento (75 por ciento en el caso de Campeche) , y el porcentaje de genes europeos es de menos de 10 por ciento en Veracruz y Campeche.
Para saldar la enorme deuda que tenemos con nuestro pasado indígena, no es necesario derrumbar estatuas o cambiarle de nombre a las calles. Esos son discursos huecos. Meras poses demagógicas de políticos hambrientos de popularidad.
Se requiere de verdaderos programas que empoderen a las comunidades indígenas y más empobrecidas, enseñándoles a explotar su riqueza cultural, turística, artesanal y sus recursos naturales de forma sustentable. Debemos capacitarlos para ser eficientes agricultores creando unidades modernas de producción y abandonar ese indigenismo oficial que lejos de sacar a estos ciudadanos de segunda de la miseria en que sobreviven pretende perpetuar sus condiciones a partir de otorgarles “ayudas” mas parecidas a limosnas que a otra cosa.
No es tampoco renegando de Hernán Cortés y la influencia española ni maldiciendo a la Malinche como habremos de reconciliarnos con el pasado.
Mas allá de la existencia de comunidades indígenas plenamente identificadas, la realidad es que en Mexico, la pobreza tiene color y es obscuro. Al igual que en el resto de América Latina.
Existe en los mexicanos una clara preferencia social por las personas con aspecto europeo y especialmente por los caucásicos. Sólo basta echar una rápida ojeada a los altos funcionarios que nos gobiernan o a la población con mejor posición económica para constatarlo. Y esta predilección por los güeros margina a millones de ciudadanos para prosperar a causa de su color de piel y aspecto.
Hacen falta más que discursos y fotografías con danzantes emplumados y chamanes haciendo “limpias” para revertir este racismo. Se deben fomentar políticas públicas y verdaderos mecanismos de inclusión comenzando por las mismas dependencias de gobierno.
AS