Ensayo: México 2021: realidad y promesa
Los Cabos, Baja California Sur, a 07 mayo 2021/ Eduardo Tapia Zuckermann
“Menos altaneros –la verdad suele hacernos modestos-, ganaremos en serenidad y redescubriremos la satisfacción más noble, la del deber sinceramente cumplido al servicio de los demás. La República [francesa] también bicentenaria, merece este esfuerzo a guisa de homenaje.” – Kofi Yamgnane 2
Nuestra república hará una merecida pausa en poco más de cuatro meses para conmemorar un aniversario significativo: su ingreso al grupo de naciones americanas que cruzó el umbral de los doscientos años3 de vida republicana independiente¸ vista de manera optimista, al concluir su gesta de separación de la metrópoli española en septiembre de 1821. Es preciso, por ello, echar hoy una mirada y evaluar si México, en efecto, ha conformado su identidad nacional frente a sus raíces precolombinas y a la vez profundamente hispánicas o bien sigue en su camino por encontrar, reconocer y forjar su propia identidad. 4
Recordemos brevemente lo que ha acontecido en México durante los últimos tres siglos: tres guerras (una de ellas sucia), dos intervenciones (una de ellas a petición de parte), dos imperios (uno efímeramente propio y otro extranjero) tres dictaduras (una de ellas perfecta), un periodo de reforma republicana, dos dolorosas revoluciones (una de ellas amplia y socialmente reconocida), una marcha al mar, diez devaluaciones de su moneda5 (una de ellas defendida, sin éxito, caninamente), una supuesta renovación moral, una doble alternancia democrática, una caravana y tres marchas por la paz, dos pandemias, una todavía en proceso, que tristemente trastocaron nuestra otrora vida tranquila societaria e impulsaron imaginaciones perversas y, finalmente, un cuarto intento transformador. 6 Vemos que México si bien ha vivido intensamente también ha sufrido intensamente.
Pertenece a una región –no exclusiva por supuesto- que ha conocido de cerca el fracaso y la derrota pero también ha probado el éxito y el triunfo sobre todo con olor a petróleo. Ha nacido, ha crecido; se ha perdido y convulsionado; se ha hallado y se ha reinventado; ha muerto y ha resucitado.
1 Socio Administrador desde 2008 de Tapia Zuckermann, S.C., Los Cabos, Baja California Sur; Licenciado en Derecho, Universidad Iberoamericana, 1997; Maestro en Derecho (LL.M.) University of Texas at Austin, School of Law 1999; miembro de la Barra Mexicana, Colegio de Abogados, A.C. desde octubre de 1999 y presidente fundador de su capítulo en Baja California Sur desde junio de 2018; miembro de la American Bar Association, 2005 y miembro de la Barra de Abogados del Estado de Nueva York, Estados Unidos de América (New York Bar) y de Washington, D.C. (D.C. Bar), autorizado para ejercer la abogacía en dichas jurisdicciones en 2014 y 2020 respectivamente. 2 Derechos, Deberes y Cocodrilo, Editorial Jus, México, 1995, pp. 178 y 179. 3 México forma parte del Grupo Bicentenario, una asociación conformada, además, por Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, El Salvador, Paraguay y Venezuela que también conmemoraron hace diez años los doscientos años del inicio de su lucha independentista. Los demás países de la región que no forman parte del Grupo Bicentenario, cuya membresía está abierta a nuevas adhesiones e incluye, paradójicamente y como observador, a España, concluirán en el año 2026 sus festejos bicentenarios. Por cierto, Estados Unidos conmemoró doscientos años de libertad del yugo británico, después de siete años de lucha, hace exactamente treinta y ocho años. 4 Recordamos aquí lo que plasmó don Jesús Silva-Herzog Flores en sus memorias, A la Distancia, Recuerdos y Testimonios, Editorial Océano, México, 2007, pp. 105 y 254, “[…] En el pabellón de México en la Exposición Internacional de Sevilla (1992) sobresalen, como signo distintivo dos equis grandes de 18 metros de altura. México es el único país en el mundo que lleva una x en su nombre y la “X” en la frente, como dijera Alfonso Reyes, tiene un simbolismo que ha dado lugar a muy diversas interpretaciones. Una de ellas resalta en la x el cruce de caminos, de culturas, el encuentro de dos mundos. Su base, clavada en la tierra, recibe la influencia de sus raíces profundas, de su historia; y las puntas, que miran al cielo, buscan el futuro y se orientan a los cuatro puntos cardinales […]”. Énfasis nuestro. 5 En relación con la moneda de curso legal estadounidense. A partir del imperio fugaz de don Agustín de Iturbide, el peso estuvo, por lo general, ligeramente arriba del dólar; es decir, a 0.97 centavos por un dólar hasta la época del General Porfirio Díaz, durante la cual se estableció la paridad de uno a uno. Al momento de escribir esto, mayo de 2021, la paridad se sitúa alrededor de 20.00 pesos por dólar sin tomar en cuenta el cambio que ocurrió en el año de 1993 con la introducción del Nuevo Peso y la eliminación de tres ceros a la moneda anterior. Así las cosas, hoy la paridad real aproximada es de 20,000 a 1.
Vemos que México si bien ha vivido intensamente también ha sufrido intensamente. Pertenece a una región –no exclusiva por supuesto- que ha conocido de cerca el fracaso y la derrota pero también ha probado el éxito y el triunfo sobre todo con olor a petróleo. Ha nacido, ha crecido; se ha perdido y convulsionado; se ha hallado y se ha reinventado; ha muerto y ha resucitado.
El pequeño cuadro histórico que esbozamos nos ofrece una ventana a nuestro futuro. Sus dimensiones, transparencia y trascendencia dependerán invariablemente de la óptica individual del espectador; sin embargo, el mañana mexicano se antoja difícil pero no imposible, vigoroso pero fragmentado, plural pero no excluyente.
El futuro nos exige invariablemente sortear obstáculos, aparentes y ocultos y esquivar trampas que invitan a la procrastinación. Implica que limpiemos las ventanas de nuestra percepción personal y beneficiar con ello a la patria mediante renovados esfuerzos por hacer del suelo que nos vio nacer un auténtico semillero de sueños y no un sepulcro de honor sin guirnaldas de oliva ni laureles de victoria.
Al explorar, conocer, evaluar y sugerir la identidad nacional, ¿podremos superar, en palabras del antropólogo francés del siglo XX, Alfred Sauvy, el tercer mundo7 que nos detiene y envuelve? La pregunta ciertamente invita a la reflexión. Comencemos.
Primera Parte
Hace ya más de cinco décadas, don Octavio Paz, en Corriente Alterna8 señaló atinadamente que “la nación es la proyección del individuo” y sirve como nexo para su representación imaginaria. ¿Qué clase de individuos y, más específicamente, ciudadanos, estamos proyectando hoy en la representación nacional? Vemos que todavía México se debate en discusiones anacrónicas entre el discurso liberal contrapuesto con el discurso de la revolución mexicana y la posición conservadora en conflicto perenne con la izquierda. 9 ¿Habrá terreno medio plausible entre progresistas y conservadores? ¿Entre chairos y fifís?
En este contexto, abrigo la esperanza franca de que las palabras del escritor Carlos Fuentes en Agua Quemada10, no continúen siendo proféticas. El país requiere de trabajo centrado, honrado y forzado para que su sociedad civil logren una unificación no sólo política, que desde hace más de ciento sesenta años se logró por vía de la imposición y no del convencimiento sino una verdadera integridad cultural. En fin, México necesita consolidar su identidad nacional no en las letras sino en los corazones de los mexicanos.
6 No olvidamos, por supuesto, la olimpiada de 1968 y los mundiales de futbol de 1970 y 1986. 7 Alfred Sauvy, Revista L’Observateur, Francia, 14 de agosto de 1952, “[…] porque al final, este Tercer Mundo, ignorado, explotado y vilipendiado como el Tercer Estamento, también querrá llegar a ser algo […]” (traducción del autor). 8 Editorial Siglo XXI, México, 1967, p. 132. 9 Recordamos aquí, de manera análoga, lo escrito por Edward Moore Kennedy en su libro America Back on Track (Estados Unidos Reencarrilado, Viking Penguin, Estados Unidos de América, 2006, p. 173) en el sentido de que la república mexicana, al igual que la estadounidense, desde el momento en que obtuvieron su independencia siempre han sido una obra en proceso. Contribuyamos a que la obra mexicana y su consecuente identidad perduren más allá de toda ideología política coyuntural. 10 “[…] Habrá aquí [México] una frontera, declara la voz, “una frontera que nadie derrotará. […] Es una frontera que separa a un México “seco, inmutable, triste […]” en Georgina García-Gutiérrez (compiladora), Carlos Fuentes desde la Crítica, Aguilar, Altea, Taurus y Alfaguara, México, 2001, p. 262.
Lejos estoy de proponer aquí que enarbolemos una bandera que resulta hoy trasnochada y demasiado deslavada. México, en consonancia con lo que expresó hace siete décadas el escritor británico George Orwell11, no necesita de nacionalismos. Necesita de un patriotismo renovado y sincero. Si verdaderamente queremos evitar un descalabro mayor, más allá de no acudir a la siguiente cita olímpica o mundialista, con quinto partido incluido, debemos afianzar nuestra identidad, no sólo a través del conocimiento y afirmación de nuestro ilustre, aunque quizás trágico, pasado, inmediato y mediato, sino en el agitado, fascinante y –más importante- cambiable presente.
Hoy se analizan los grandes temas que nos aquejan. Hoy se presentan posibles soluciones y hoy se trabaja para lograr los objetivos trazados. Expliquémonos.
La discusión sobre la identidad nacional, después de casi doscientos años que dejamos de ser un jugoso apéndice, al terminar nuestra guerra de independencia, de la península ibérica y que nuestros vecinos, tanto norteños como sureños, nos reconocieron más como mexicanos que novohispanos, se debe centrar en lo que guardamos celosamente: nuestra promesa como país próspero y no sólo aguantador e ingenioso, plenamente exitoso sin adjetivos y mediocridades. Para ello debemos situarnos en nuestra realidad pero concentrarnos, precisamente, en nuestro promisorio futuro.
No obstante que México está próximo a cumplir doscientos años en que concluyó su lucha autonómica bien podemos decir que su identidad fue forjada mucho antes de 1821. Siglos de inocencia salvaje, conforme la teoría de Rousseau12, y posteriormente sacrificios y dominación azteca para luego soportar trescientos años de maridaje español proporcionaron las semillas de nuestra mexicanidad. La etapa independiente ha permitido poner en práctica nuestro concepto de lo mexicano y ha servido de laboratorio para comprobar teorías nacionales y refutar mitos geniales (el de la pobreza extrema excluido) y hasta improbables cuartas transformaciones.
Desde pequeños se nos enseñó que la forma geográfica del país, sin contar obviamente la mutilación de la parte norte de nuestro territorio nacional producida durante las diversas guerras con los Estados Unidos suscitadas entre 1836 y 1848 –y sus subsecuentes compraventas forzosas- tiene la forma de una cornucopia o cuerno de la abundancia13. Espero que esto no sólo se quede en nuestras clases de geografía sino que se traduzca en una vivencia cotidiana. ¿De que sirve la forma sin el fondo?
México vive, sí pero ¿cómo? ¿Sobrevive en las galeras de las naciones por fallecer o se perfila, espero que antes de que concluya la primera mitad del presente siglo, como una nación integralmente exitosa? Entendido este concepto bajo una triple acepción: anglosajona, aborigen y oriental. Es preciso evaluar si México, dentro del concierto de países, ha contribuido positivamente en el quehacer de otras naciones y a la humanidad entera, si ha compartido su riqueza con aquellas cuya posición o mentalidad derrotista no le ha permitido salir adelante o, de lo contrario, se ha encerrado dentro de un cascarón que impide crecer bajo un proteccionismo ilusorio o, peor aún, un intento de regreso al pasado estatista mediato. ¿El mundo necesita a México?
11 Cfr. Eric Arthur Blair (más conocido por su pseudónimo orwelliano), en sus Notes on Nationalism (Anotaciones sobre el Nacionalismo), Reino Unido, Revista Polemic, octubre de 1945, opinó que el nacionalismo era más bien una actitud de defensa frente a otros defectos de las sociedades contemporáneas. 12 Cfr. Juan Jacobo Rousseau, en El Contrato Social, Editorial Porrúa (Colección Sepan Cuantos, número 113), México, 1987, sugirió que el hombre en su estado natural era feliz y fue por necesidad política que intercambió su libertad por cierto orden y protección de la autoridad, fuera ésta plasmada en un tlatoani, por decirlo en forma mesoamericana, un sacerdote peninsular, criollo o mestizo, o un estado paternalista medio moderno con un enaltecido presidente. 13 No confundir con el cuerno de chivo que triste y abundantemente se ha utilizado en nuestro país
Al respecto, los gobiernos federales recientes, guindas, tricolores y azules, se han empeñado en producir números, estadísticas, cualquier equivalencia que los separe y diferencie de regímenes anteriores y justifique su gestión rayana en la mediocridad. Este enfoque no ha permitido que México levante cabeza y emprenda el vuelo pues no se puede seguir un rumbo sin tener, por ejemplo, en el Plan Nacional de Desarrollo elaborado sexenalmente al amparo de la Ley de Planeación14 objetivos claros y módicos pero alcanzables. Las filosofías no deben tener cabida en los documentos que plasman, por lo menos oficialmente, el rumbo estatal de la nación. El discurso debe ser otro y el enfoque uno fresco, no atado a las censuras o sensacionalismos mediáticos y a los vaivenes de las contiendas políticas. Es mejor actuar que reaccionar.
La única estadística verdadera es la que refleja vivamente la situación de las familias mexicanas ante las crisis. Por ejemplo, ¿de qué sirve que el promedio educacional se eleve si aquellos que terminan sus carreras universitarias o estudios politécnicos son los primeros en faltarle el respeto a sus mayores, tirar basura en la vía pública –sea que se desplazan a pie o en automóvil-, molestar a sus vecinos y pensar primero en ellos que en los demás? ¿Me debo considerar como su igual? ¿Tenemos la misma identidad como connacionales y hemos asumido compromisos similares en torno a la identidad nacional?
Por lo menos tres generaciones de mexicanos, la propia incluida, han estado marcadas por una reafirmación y consolidación de la identidad nacional frente a la embestida del vecino incómodo. Aquél país situado al norte del Río Bravo o Grande; es decir, bravo para los mexicanos que intentan cruzarlo y lo suficientemente grande como para fincar ahí la división cultural y lingüística que divide como una herida15 buscó y en gran medida logró imponer su cultura –sí así se puede llamar a su interacción societaria- allende al río, la frontera más contrastante –y paradójicamente también la más transitada- del mundo.
Afortunada -o desafortunadamente- la preeminencia de los Estados Unidos no tendremos que sufrirla o invitarla perennemente16. Ahora que la Unión Europea y su moneda serán la fuerza dominante económica en el mundo17 durante los próximos decenios, quizás podremos aprovechar los mexicanos la coyuntura y experimentar, si así le exigimos a nuestras mentes y nuestros cuerpos –nuestro espíritu ya lo sabe y no necesita de convencimiento- un genuino renacimiento de lo mexicano frente a propios y extraños.
Ser mexicano en el mundo bien podrá significar ser de vanguardia, honesto, preparado y no sólo ingenioso, tramposo18 e improvisado como se nos ha caracterizado desde la segunda mitad del siglo XX. Reiteramos la interrogante que servirá de cauce secundario a este ensayo, ¿qué clase de individuos y, más específicamente, ciudadanos, estamos proyectando hoy en la representación nacional?19
14 Una reforma publicada el 13 de junio de 2003 a esta ley señaló demagógicamente en la fracción IV de su artículo primero, en donde se delinean los objetivos de la planeación nacional, que la misma contendrá “ […] bases para promover y garantizar la participación democrática de los diversos grupos sociales así como de los pueblos y comunidades indígenas, a través de sus representantes y autoridades, en la elaboración del Plan [Nacional de Desarrollo] y los programas a que se refiere esta Ley […]”. Después de diecisiete años vemos entrecortada la vivencia de esta disposición. 15 Cfr. Marta Portal, véase Georgina García-Gutiérrez (compiladora), op. cit. p. 234. 16 Véase página 12. 17 Con la notable incógnita de China, aunque debido a sus contradicciones internas, principalmente por su inexistente democracia, quizás les tome más tiempo el ejercer un papel político más relevante, congruente y convincente en el mundo. Afortunadamente, la vida no consiste sólo en la obtención de dinero o el disfrute de bienes materiales sino en la feliz realización de los ideales propuestos y sueños trazados. ¿Qué ideales debemos buscar y qué sueños deberemos trazarnos los mexicanos? 18 Como penosamente lo demostró cierto “medio-maratonista” tabasqueño en Berlín, Alemania en septiembre de 2007.
La identidad nacional existe y aunque más adelante haremos un recorrido más extenso, tanto personal como comunitario, podemos aquí señalar, sin temor a equivocarnos, que somos un país guerrero, fundido en nuestras propias derrotas y en nuestra sagacidad para sobreponernos a ellas. Somos un país con recursos y extensión pero a la vez pobre y sin visión. ¿Podremos salir adelante? Tengo la certeza de que así será y, por lo pronto, confieso que no me interesa ser mediocre cuando está México en la balanza y en la encrucijada, presa actual de temores visibles e invisibles –como el narcotráfico, la influenza viral o el Covid-19. A la gran mayoría de mis coterráneos sé que tampoco les interesa pasar inadvertidos por el mundo sino que buscan trascender ante el complicado panorama actual.
Despertar de nuestro letargo, de nuestra ancestral apatía, significará que dejemos de proyectar en nuestro firmamento a dudosas luminarias que sólo logran irradiar sus propios fracasos, contradicciones y egoísmos. Rechazo, empero, la mediocridad y creo que a México tampoco le interesa buscarla; por ello, es preciso retomar el preciado legado que dejó la revolución mexicana como acto purificador de la identidad nacional.
Si nuestra mexicanidad podrá ser material de exportación, habremos de dilucidar si estamos convencidos en lo personal de que lo mexicano; es decir, la idea que tienen sus habitantes de la cultura que dentro de nuestro territorio hemos heredado pero, más importante, también hemos forjado. Entonces, insisto, ¿qué significa ser mexicano y ser portador de una identidad nacional distinta de otras que son completamente diferentes e incluso de aquellas que son similares por haber abrevado igualmente de la experiencia española en su historia?
El tema es muy sencillo: ser mexicano significa reconocer que el conjunto de valores culturales e ideas que engloba nuestra idiosincrasia son diferentes de cualesquier otro sistema cultural que existe en otra parte del mundo. No obstante, el hecho de que la identidad mexicana sea reconocida en lo personal no significa que la patria mexicana anide en otras personas que nacieron asimismo dentro del territorio nacional o sean hijos de padres mexicanos– o bien les haya tocado la fortuna de haber nacido abordo de alguna embarcación o aeronave nacional- en el mismo grado o siquiera con el mismo matiz, tonalidad, circunstancia, convicción y, finalmente, pasión.
Contestamos, entonces, la interrogante planteada líneas arriba: el mundo, en efecto, necesita de México, no como fuente de una historia riquísima sino de una fuente actual de poder político, económico y cultural.
El mundo requiere de las experiencias singulares por las que México ha atravesado para seguir madurando el proceso de fusión en el que está inmerso ya que ninguna otra nación sobre la faz de la tierra, sin temor a equivocarnos, está mejor asimilada con su situación y asimilada a su identidad que nuestro país.20 Nuestra identidad congénita como nación es precisamente producto de una combinación única e irrepetible.
19 Cfr. Carlos Monsiváis, Entrada libre. Crónicas de la sociedad que se organiza, Ediciones Era, México, 1987, p. 210. El referido autor señaló –espero de manera irónica- que el ser mexicano implicaba ser irresponsable, macho, desobligado y tan valeroso como nuestra vocación de impunidad. 20 Hace noventa y cinco años, el filósofo y político mexicano, José Vasconcelos Calderón, indicó en su ensayo La Raza Cósmica que las características del pueblo latinoamericano sugerían que eran las más propicias para construir una nueva civilización. No descartamos del todo esta teoría.
Segunda parte
Si bien el tema en un primer acercamiento se antoja sencillo, la realidad mexicana y la identidad nacional son complejas. Un país, casa o familia dividida no llegará lejos y eso es lo que precisamente nos ha pasado y lo que puede seguirnos pasándose si nos empeñamos en continuar con nuestra concepción egoísta de lo que es y significa la patria, si patria, mexicana. 21 Nuestra identidad nacional servirá sólo en el plano del subconsciente y de los sueños si no logramos conciliar nuestras profundas divisiones.
A manera de ejemplo refiero a continuación algunas anécdotas electorales. Cuando concluye una jornada electoral en nuestro país –sea municipal, estatal o federal- y se cierra el escrutinio de lo votos, en lugar de apoyar al ganador en la contienda electoral, ¿qué hacemos los mexicanos casi de forma automática? Impugnamos invariablemente la elección por tratarse de una elección de estado o porque no nos da la gana reconocer el triunfo opositor –todavía el expresidente Calderón espera la felicitación del ahora presidente López Obrador y Salinas la de Cárdenas.
Por años disfruté del poderío tricolor puesto que mis padres, abuelos y bisabuelos gozaron de las canonjías del poder; sin embargo, mi despertar político, allá por los años en que México quería tomar por asalto el concepto de Sauvy22 y arribar, sin demoras y escalas, al primer mundo, significó reconocer que la fórmula de paz y estabilidad social, por lo menos en aquellos que no formaron parte de la familia porfirista o, posteriormente, revolucionaria, no alcanzaría para que la mayoría de mexicanos gozasen de algún tipo de progreso, sean en el plano económico, político o cultural y sería criminal exigir que el cambio provenga de personas que no conocen otra cosa que el acarreo y los abusos del poder público en su perjuicio.
Por tanto, en las primeras elecciones en que me tocó participar, la federal y presidencial de 1994 no voté por el candidato oficial, producto de un proceso de auscultación dudosamente democrático, sino por el hijo de un ex-presidente que desde la izquierda montaba un segundo de tres intentos por regresar a Los Pinos –hoy convertido en parque cultural- precisamente como inquilino con plenos derechos pues ya lo había sido como un infante revolucionario en 1934. Mi voto constituyó la opción menos reaccionaria aunque confieso que en mi círculo de amistades de la universidad jesuita a la que asistía en aquel entonces solamente una persona supo que la intención de mi voto no fue para un abogado de barbas crecidas y apodo –y genio- corto. Sobra decir que mi voto no triunfó y ya sabemos el resultado de esa votación. La historia política del país pienso que evaluará correctamente al doctor Zedillo como digno representante de la última camada de priistas que triunfaron en su ascenso a la primera magistratura del país. ¿Fui más o menos mexicano que la mayoría que votó por no cambiar las estructuras y patrones dictados por el villano favorito?
En las dos posteriores elecciones presidenciales fui parte de la mayoría ganadora al votar por el candidato triunfador pero en las dos que subsiguientes no. Insisto, ¿la identidad nacional, entendida aquí bajo su acepción personal, fue trastocada por mi elección de candidatos? No lo creo.
Resultó folclórico acudir a reuniones después de sortear el colorido de las tiendas de campaña apostadas, entre julio y septiembre del año 2006, a lo largo de Paseo de la Reforma cuyos moradores se empecinaron –y empecinan ahora desde Palacio Nacional- en gritar ¡fraude electoral! 23 ¿Fueron más mexicanos que yo? ¿Asimilaron de mejor manera la identidad nacional – real o imaginaria, criolla o autóctona- que yo que no me instalé meses enteros en el antiguo Paseo de la Emperatriz?
21 Recordamos aquí las sabias palabras referentes a la lealtad patriótica del escritor francés Alfred de Musset: “Mi copa es chica, pero yo bebo de mi copa”. Así, la noción de patriotismo se liga al amor del propio cielo y privativo terruño (Cfr. Agustín Aragón León, Porfirio Díaz (Estudio Histórico Filosófico), Editora Intercontinental, México, c. 1955, Tomo I, p. 259.)). 22 Véase nota 5.
Al final de cuentas, ¿qué sé yo de México y de su identidad? Producto de una transculturación congénita desde que un húngaro berlinés cruzó el océano Atlántico para conocer los vestigios de la grandiosa cultura maya –y de paso casarse con una yucateca, ¡bendito mestizaje!24- y, más recientemente, cuando, después de que sabiamente decidieran que el mundo agringado que les esperaba a sus hijos iba a dificultarles su paso sin que tuvieran un dominio pleno y natural del inglés, emprendimos una migración de cinco años a la región anglosajona de San Antonio, Texas25. México, como bien dicen, se lleva en la sangre y la parte tapial de mi apelativo me salvó de una auténtica rechifla cuando regresé a México con todo y acento al hablar la lengua original de nuestros padres.
La identidad nacional, en este sentido, es personal y cada individuo debe hacerse una idea sobre lo que significa la mexicanidad.26 Creo que el común denominador es la unidad cultural y lingüística, más allá de los tres tradicionales elementos de cualquier estado.
Población, territorio y gobierno son componentes externos que reflejan una idea más profunda y viva: la nación, en este caso mexicana, es anterior al estado mexicano –actual o pasadoy a su estructura jurídica. Las relaciones interestatales suponen la existencia de sujetos de derechos internacional público, que no siempre son estados, para su correcto funcionamiento; sin embargo, por ejemplo, el hecho de que Belice sea reconocida como tal desde 1981 y ya no como Honduras Británica, no puede decirse que la nación beliceña en sí no existía antes de su emancipación –a medias- del Reino Unido.
De esta manera, al extrapolar la experiencia de nuestros vecinos limítrofes sureños podemos dilucidar cuatro premisas.
La primera, que la identidad nacional, si bien puede pasar por la independencia de otra nación o estado en su esfera interna, no depende de la independencia.
En segundo plano, la identidad nacional la componen factores propios de la sociología, la geografía y la lingüística. Igualmente, la presencia de ciudadanos coterráneos que reconozcan las mismas autoridades auto-impuestas y que hablen el mismo idioma resulta esencial aunque no indispensable.
Como tercera premisa, la identidad debe ser común a un grupo más o menos definido a lo largo y ancho del territorio compartido; es decir, el hecho de que en México haya muchas naciones, reconocidas constitucionalmente en nuestro artículo segundo, no significa que existan muchas identidades nacionales.27
23 Por cierto, ese grito se dio antes del grito de la independencia y del desfile militar del 16 de septiembre de 2006. El miedo, como bien dicen, no anda en burro cuando de tradiciones militares se trata. 24 Para aquellos interesados -con el objetivo oculto de refrendar mi mexicanidad se proporciona una breve historia de este encuentro en el segundo tomo del libro A Través de las Centurias de José María Valdés Acosta, Talleres Pluma y Lápiz, Mérida, Yucatán, México, 1926, p. 395. 25 Gracias a Dios las computadoras personales todavía no eran de uso tan cotidiano si no seguramente nos habrían enviado a campos veraniegos patrocinados por Microsoft con todo y un Bill Gates joven – y en shorts a la camp commander. 26 En la tercera parte de este ensayo se abundará sobre el componente colectivo del concepto de identidad nacional. 27 Cfr. Artículo 2º de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, Editorial Themis, primera edición, México, 2007, p. 1. El precepto señala que la nación mexicana es única e indivisible pero enseguida
En cuanto a la cuarta premisa, la identidad nacional rebasa el plano teórico puesto que la realidad de un país enfrenta y desdibuja constantemente las concepciones que preocuparon a generaciones de escritores durante el siglo pasado.
Nuestra identidad, por tanto, no es el exclusivo resultado del trágico encuentro de dos mundos acaecido hace algunos ayeres28. Esta concepción, hecha popular a partir de que apareció El Laberinto de la Soledad de Paz, allá por el año 1950 y difundida mayormente a partir de una edición más completa hecha aproximadamente nueve años después29 no aborda la riqueza mexicana producto de encuentros más felices que el original. Las segundas partes o intervenciones –y revoluciones- en nuestro querido país no siempre han sido malas.
México mas que tragedia es comedia y vemos cómo nuestra identidad, desde la independencia, formalmente hablando, hasta el estado complejo que alberga en nuestro días a miles de leyes, burocracias y a millones de ciudadanos se regocija de vez en vez cuando busca de manera consciente trascender, ¿porqué no?, en el género de la novela histórica.
Parte de la comedia mexicana es precisamente resultado de la cercanía, geográfica mas no psíquica, con Estados Unidos. Vemos como, en el campo de la literatura, desde La Muerte de Artemio Cruz y Gringo Viejo de Fuentes30, por citar ejemplos posrevolucionarios medianamente contemporáneos y con la gestación, promulgación y entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, hoy Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá, en el campo de la política, el tema de la cercanía o distancia ha sido objeto de constantes discusiones y revisiones.
Celebro que México empezó hace veinticinco años a explotar de manera franca su cercanía en el plano económico y, aunque una zona irrestricta de libre comercio no es ni ha sido la panacea para la región, por lo menos nos ha permitido enfrentar al mundo actual del siglo veintiuno, con marcada hegemonía europea, de una manera más o menos coherente; es decir, con producción -
Señala la composición pluricultural sustentada originalmente en sus pueblos indígenas; es decir, aquellos que descienden de poblaciones que habitaban en el territorio actual del país al iniciarse la colonización y que conservan sus propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas. Al finalizar el artículo, que fue reformado en la época en que Vicente Fox –vaya paradoja- era presidente del país, señala que existen, además de pueblos indígenas, comunidades equiparables a éstos. ¿Cuáles? De ser así, hay entonces tres clases de mexicanos y, por consiguiente, identidades: la indígena original, los mexicanos que somos productos de la colonización y los equiparables o similares. Ya no entendimos. ¿Quiso decir el constituyente permanente, a su manera y a modo de retórica legislativa, que como México no hay dos? En este punto, cabe rescatar lo dicho por el periodista Joaquín López Dóriga en su columna del 4 de agosto de 2009, “México, ¿una percepción fallida?”, publicada por el periódico Milenio en la página de internet http://impreso.milenio.com/node/8618694: “[...] Y no es que como México no haya dos, es que sólo tenemos uno y entre todos lo tenemos que arreglar, porque el tiempo corre en nuestra contra y a favor del iluminismo político […]”. 28 Cfr. Klaus Meyer-Minnemann señala de manera interesante un “eterno retorno de lo siempre igual” en donde la llegada de Cortés significó una especie de transmisión de poderes que había sido precedida por la conquista del Valle de Anáhuac por los aztecas cuyos pobladores eran los chichimecas. De esta forma, los conquistadores subsecuentes, ya dentro del México independiente han seguido este curso cíclico que le ha impreso un sello distintivo a la identidad nacional; véase Georgina García-Gutiérrez (compiladora), op. cit. p. 129. 29 Fondo de Cultura Económica, México, 1959 y 1985, respectivamente. 30 “[…] Tú te sentirás satisfecho de imponerte a ellos (los estadounidenses); confiésalo: te impusiste para que te admitieran como su par: pocas veces te has sentido más feliz, porque desde que empezaste a ser lo que eres […] desde entonces clavaste la mirada allá arriba, en el norte, y desde entonces has vivido con nostalgia del error geográfico que no te permitió ser en todo parte de ellos […]” en Georgina García-Gutiérrez, op. cit. p. 115.
- regional equiparable a la generada por países miembros de la Unión Europea –embrión de los Estados Unidos de Europa- y también aquellas pertenecientes a los diversos bloques comerciales asiáticos.31
Para hablar de integración se requiere analizar primero el concepto de unidad. La unidad nacional es parte indispensable en la ecuación de todo esfuerzo serio, en contrapunto al presente ensayo, por tratar de dilucidar y comprender al país que a doscientos diez años de distancia ha agraciado las páginas de la historia como aquella nación más recordada por su glorioso pasado que su incierto presente, mas por sus pirámides – de diversa forma, geografía, uso y disposición- y sus traiciones que por sus modernos rascacielos y lealtades. México lamentablemente se ha tomado muy en serio el viejo adagio político: que hablen sobre ti, aunque hablen mal, pero que hablen.
No nos debe interesar ser mediocres o, a la Juárez ¿o López?, vivir solamente en la honrada medianía que proporciona un sueldo burocrático, sino que nos debe interesar trascender. Debemos aspirar a cumplir nuestras metas y sueños porque en la medida de su realización la nación, que a la postre es la suma de sus habitantes, será igualmente más feliz y plena. ¡Qué país de desdichados, ingratos e infelices debemos ser si miramos nuestra lastimosa realidad! ¿México para los mexicanos? Habrá que anteponernos, no tanto porque la esencia de la identidad nacional nos lo exige sino porque reconocemos nuestras limitaciones y la necesidad de que Dios ayude y guíe a la impuntual empresa mexicana.
Inexplicablemente siguen vigentes, por lo menos en México y muy probablemente en el resto del continente -no obstante la actual era de la información y acortamiento de distancias e ignorancias-, las palabras de don Alfonso Reyes32: “[…] Llegada tarde al banquete de la civilización europea, América vive saltando etapas, apresurando el paso y corriendo de una forma en otra, sin haber dado tiempo a que madure del todo la forma precedente […]”33; sin embargo, no todo está perdido puesto que el país y más precisamente la identidad nacional han dejado de ser objeto de estudio de laboratorio sino que ha asumido su papel como sujeto de su propia actuación histórica
México a lo largo de doscientos años de existencia republicana e independiente, las más de las veces en papel y más recientemente en la práctica, ha demostrado que quiere seguir siendo invitado, y no de piedra, a los banquetes de la civilización. No necesariamente el que llega primero come mejor ni tampoco se la pasa mejor, cuenta las mejores anécdotas o los mejores chistes. En las más de las ocasiones el que llega tarde, con puntualidad mexicana para los puristas, hace de su arribo una entrada triunfal. No se sentará en la cabecera pero por lo menos no tendrá que pagar toda la cuenta.
31 Por ejemplo, el Acuerdo de Asociación Económica, firmado por los gobiernos de México y Japón el 17 de septiembre de 2004, en vigor a partir de enero de 2005, constituye un logro importante en comercio internacional en virtud de que fue el primer acuerdo comercial celebrado entre países que no forman parte del mismo bloque comercial regional ni de la misma zona de libre comercio. Para mayor abundamiento, se detalla que el mundo se encuentra comercialmente integrado por varias zonas de libre comercio regionales que han otorgado acceso preferente a sus mercados nacionales mediante concesiones recíprocas. Los principales acuerdos regionales de libre comercio o uniones aduaneras son: el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, hoy Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (sin incluir la iniciativa para el Libre Comercio en las Américas (ALCA)); la Unión Europea que adoptó en junio de 2004 su Acta Constitutiva; Mercosur, que comprende Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay; el Tratado de Libre Comercio de la ANSEA del cual forman parte Indonesia, Malasia, Filipinas, Singapur (el cual también es parte de un Acuerdo Bilateral de Asociación Económica con Japón), Tailandia, Brunei, Vietnam, Laos, Myanmar y Cambodia. 32 Discurso pronunciado con motivo de la VII Conversación del Instituto Internacional de Cooperación Intelectual desarrollado del 11 al 16 de septiembre de 1936 en Buenos Aires, Argentina. 33 Obras Completas de Alfonso Reyes, Tomo XI (Última Tule, notas sobre la inteligencia americana), Fondo de Cultura Económica, México, 1955, pp. 82-83.
Se reconoce y recuerda que México, en efecto, existe. No como actor de reparto sino como protagonista de su propio devenir. Debemos evitar, más allá de fobias privatizadores, que su patrimonio esencial no sea entonces entregado o vendido al mejor postor, al imperio más poderoso - o más cercano- ni a causas supuestamente populares que empobrezcan más el abatido, mas no derrotado, espíritu mexicano; por esto, ni México ni su identidad ni sus ciudadanos deben ser considerados como botín de reparto.
La identidad nacional es el resultado de siglos de gestación. Otros pueblos de la tierra reconocen a la mexicanidad como diferente y singular frente a su propia identidad. Es nuestra responsabilidad como ciudadanos pertenecientes a la nación mexicana nutrirla y heredarla a las generaciones futuras de mexicanos para que se deje de voltear al extranjero ya no digamos como un entorno de educación superior o de especialización sino una vivencia perenne más recomendable.
Autores anglosajones han sido más rápidos y sinceros en reconocer que México es el espacio del mito, de la ficción y el lugar de sueños que los propios mexicanos que nos ha tocado vivir en este bendito territorio.34 Esta concepción, insisto, debe cambiar puesto que será el suelo que pisen mis hijos y los hijos de mis hijos y no quiero que su identidad sea motivo de vergüenza o ridiculización sino más bien de orgullo y admiración.
Entrañable a nuestra identidad nacional resulta la conformación de nuestra mentalidad. En apoyo a lo anterior, conviene citar al filósofo italiano, naturalizado estadounidense, Patrick Romanell35 quien ofreció un esquema de diferenciación entre las actitudes angloamericanas y las iberoamericanas. ¿Verdaderamente empleamos una filosofía del fracaso en lugar de una de éxito? ¿Acudimos presurosos a la cita que tenemos con nuestra propia muerte, como nación, como país? Lejos de pretender justificar o negar actitudes que han marcado a nuestra identidad, creo necesario explayar la incidencia de los factores conocidos de nuestra idiosincrasia.
La identidad nacional no puede aislarse, ni siquiera cuando es homenajeada por cumplir un significativo onomástico o bien se conmemore un siglo de guerra intestina, sino que debe reconocerse en la pluralidad social en la que surgió, se desarrolló, se convulsionó y actualmente se desenvuelve.
México si bien es producto de conocimientos fortuitos, interacciones diplomáticas y enfrentamientos bélicos también es el feliz resultado de un mestizaje fecundo y único entre lo español y lo azteca, entre el castellano y el náhuatl. Un matrimonio por conveniencia entre el naciente imperio español y el debilitado imperio azteca.36 México y su identidad, son obra de la voluntad de los mexicanos, tanto primeros como postreros, y no producto del destino caprichoso o del devenir del tiempo, sea desde su óptica cíclica, como lo entendían los primeros pobladores mesoamericanos, o lineal, según el entendimiento occidental generalmente aceptado. 37
34 Cfr. Jonathan Tittler, Gringo viejo / The Old Gringo: The Rest is fiction en: The Review of Contemporary Fiction, 8, 2 (Verano de 1988), pp. 241-248. 35 La formación de la mentalidad mexicana (1910-1950), El Colegio de México, México, 1954, Introducción. 36 En este contexto, nuestras culturas progenitoras son imperiales y, por tanto, el anhelo de don Agustín de Iturbide y subsecuente coronación como Agustín I en 1822 no estaba tan extraviado en su congruencia histórica. Quizás por esto, don Maximiliano de Habsburgo, cuando ocupaba el trono del segundo imperio mexicano y no contaba con descendencia, adoptó precisamente al nieto del primer emperador del México independiente, Agustín de Iturbide y Green, de nacionalidad estadounidense, para que le sucediera en el trono. Cosas de casas imperiales. 37 Con la notable excepción del filósofo napolitano del silgo XVIII, Juan Bautista Vico, que sostuvo un esquema cíclico en la historia común de las naciones.
Esta dicotomía fundamental entre lo español y lo indio38 define nuestra historia virreinal, nuestro proceso de independencia y, en menor grado, la revolución hoy centenaria. Hay, en efecto, una fusión pero también hay una cultura vencedora y una cultura vencida. Los valores de ésta quedaron supeditados, para bien o para mal a los valores de aquella, por lo que en esta evidente realidad reside nuestra identidad inicial como nación39 y nuestro fundamento como país separado pero relacionado con los demás de su clase y condición; es decir, como país miembro de la comunidad de naciones y sujeto propio de derecho internacional público. 40
Tercera Parte
A casi doscientos diez años de existencia formal y separada de la metrópoli41 y a ciento diez años de una complicada revolución social el espinoso proceso de conformación y asimilación de la identidad mexicana se torna ya no sólo en una empresa individual sino que exige la participación de la colectividad. Se es mexicano, más allá de la ubicación del parto, por compartir líneas consanguíneas con otros mexicanos o porque voluntariamente, léase jurídicamente, se obtenga la nacionalidad mexicana.
Este proceso requiere el esfuerzo consciente y constante de toda persona que ha nacido o busque el cobijo de la patria o matria42 para conocer y apropiarse de los valores culturales existentes antes del nacimiento de todo mexicano, accidental o voluntario y aquí reside el acierto del concepto de identidad nacional: su mutabilidad.
Todos podemos imprimir nuevos sesgos a la identidad nacional en la medida en que nos sintamos parte de la comunidad en la que nos desenvolvemos. La nación, por tanto, se levanta como un auténtico conglomerado de identidades individuales superpuestas sobre la base de una gran colectividad que obedece al principio incluyente de la mexicanidad.
El tiempo, por lo menos en México -fuera de un par de décadas perdidas- no ha pasado en vano. Nos hemos convertido en una cultura digna de imitarse y de exportarse aunque contradictoria,
38 Cfr. Gonzalo Celorio. El Naranjo o los círculos del tiempo de Carlos Fuentes; véase Georgina GarcíaGutiérrez (compiladora), op. cit. p. 295-296. 39 Resulta interesante como la cultura criolla se impuso tempranamente ante la mestiza debido, primero en los hechos y luego en los actos, del conquistador Hernán Cortés quien desheredó a su hijo mestizo Martín y prefirió a su hijo criollo, igualmente de nombre Martín. Bien podemos decir que esta predilección sirvió de semillero a los intentos de independencia que lograron su cometido tres siglos después en una curiosa alianza mestiza-criolla que logró cortar el yugo y olvido paternales. 40 No obstante que existen paralelismos en cuanto a la identidad nacional y la revolución mexicana y los niveles socioeconómicos de la población nacional, de manera crítica evitamos abordar este aspecto aun cuando resultaría fascinante explorar porqué la riqueza cultural de nuestros pobladores originales no se ha traducido en prosperidad efectiva. Evitaremos, pues, esta tentación. 41 Para confirmar esto, el texto del Acta de independencia (sic) del Imperio Mexicano pronunciada y firmada el 28 de septiembre de 1821 declaró “[…] solemnemente, por medio de la Junta Suprema del Imperio (sic), que es Nación Soberana, e independiente de la antigua España, con quien, en lo sucesivo, no mantendrá otra unión que la de una amistad estrecha […]”. Asimismo, el artículo segundo del Acta Constitutiva de la Federación Mexicana, sancionada el 31 de enero de 1824 señaló textualmente que: “La nación mexicana es libre é (sic) independiente para siempre de España y de cualquiera otra potencia, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona”. Nueve meses después, el 4 de octubre de 1824, la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos, en su artículo primero estableció que: “La nación mexicana es para siempre libre é (sic) independiente del gobierno español y de cualquiera otra potencia.” Con la eliminación de la parte final del texto del artículo segundo del Acta Constitutiva, ¿se dejó abierta la posibilidad para que el país pueda, en efecto, ser patrimonio de alguna familia o individuo? Énfasis nuestro. Fuente: http://www.mexicomaxico.org/ParisMex/acta.htm y Código Fundamental de los Estados Unidos Mexicanos, Imprenta de Torres, en el ex-convento del Espíritu Santo, México, 1847, pp. 7 y 30. 42 Cfr. Agustín Aragón León, op. cit., p. 257 in fine
contrastante y hasta temible. En una evaluación final, México es lo que los mexicanos somos y lo que anida en nuestras actuaciones internas y en nuestras proyecciones, ahora más que nunca, en el escenario mundial. Sólo así es como lograremos preservar la riqueza de nuestro pasado al reiterar y recrear el carácter del espíritu mexicano en estos tiempos de homogeneidad peligrosa.
Gracias a que la vida en sociedad no permanece estática sino que se encuentra sujeta a un continuo proceso de cambio se puede establecer, a la luz de la experiencia mexicana, una identidad que perdure, por lo menos, otros doscientos años con exponentes mexicanos que sean más conocidos por su fortaleza, sus cualidades comunitarias, solidarias, de integridad y honorabilidad que por su vocación consuetudinariamente revolucionaria o, peor aun, individualista y su debilidad de carácter.
En suma, México cuenta con una identidad propia que a la vez se pulveriza y disemina en identidades colectivas regionales que le proporcionan una naturaleza disímbola pero integradora. Sin llegar a los extremos autonómicos y lingüísticos de nuestros anteriores amos ibéricos pienso que el país se encuentra lo suficientemente maduro como para seguir enarbolando la bandera federal, aquella producto de dos constituciones modeladas bajo el ejemplo estadounidense y otra, la vigente y centenaria, primera de corte social en el mundo entero y producto de una revolución institucionalizada, léase medianamente tergiversada pero siempre latente.
Este proceso debe seguir la ruta precisa que permite el ejercicio sano y pleno de las libertades públicas que se consagran principalmente en la parte dogmática de la Carta Magna. 43 Dicha práctica siempre será local en su ámbito de aplicación, aunque quizás en su clasificación jurisdiccional, añeja ficción jurídica, rebase el ámbito local para colocarse en un plano regional o nacional. Lo que importa es que México siga viviendo su identidad a través del estado de derecho que se ha dado a sí mismo y no trate de ejercer su identidad en planos netamente filosóficos o idealistas. 44
De vuelta en el terreno fértil de la discusión45 debemos precisar, después de exponer en tres secciones ligeramente estructuradas, que nuestro anhelo es vertebrar la identidad nacional como una realidad mexicana promisoria. Una que conlleve una patria más justa y reconciliada consigo misma. Una de un país más identificado, pleno y mas centrado en sus responsabilidades subsidiaras y solidarias para con sus integrantes.46
Aplaudimos que la identidad nacional no se agota en el artículo segundo constitucional ni tampoco su concepto rebasa la posibilidad de enmarcarla en forma manejable y digerible.
Podemos enunciar que a partir del suceso más importante en la historia interna de México, el concepto de identidad nacional masiva migró de las aldeas y pueblos hacia áreas citadinas. Curiosamente, la revolución que surgió bajo el reclamo del reparto agrario, entre otros males
43 Parte que comprende, según la aceptada división doctrinaria, los primeros veintinueve artículos de la constitución federal y que sirve de preámbulo a su parte orgánica. 44 Dicho estado de derecho es anterior a cualquier intento de paternidad por parte de los partidos en el gobierno o suspirando por llegar a él. 45 Que trato de dirigir y encauzar honestamente pero que a la postre resultará invariablemente arbitraria. 46 Recordemos que el texto vigente del artículo primero constitucional extiende sus derechos fundamentales a toda persona, inclusive esclavo, que se encuentre en territorio nacional. Curiosamente, no obstante la existencia del Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana de 1814, conocida comúnmente como la Constitución de Apatzingán, que recogió los llamados “Sentimientos de la Nación” escritos por don Jose María Morelos en 1813, fue hasta 1857 cuando se proscribió de manera oficial la esclavitud. El texto del artículo segundo de dicha constitución fue incorporado, con pequeñas variantes, por el constituyente de 1917 también al texto original del artículo segundo que desde el año 2011 forma parte del artículo primero.
porfiristas, germinó en un gran éxodo urbano que prosiguió su carrera con la incipiente industrialización de las décadas posteriores. Sin atrevernos a decir que los campesinos automáticamente engrosaron las filas aburguesadas, primero afrancesadas y luego agringadas, de la clase media posrevolucionaria, por lo menos nutrieron el ideal de que el éxito en México se lograba mayormente en las ciudades. ¿Será cierta todavía esta premisa?
La colectividad, al igual que nuestro desempeño olímpico o mundial en disciplinas en equipo, salvo la honrosa excepción de la selección de fútbol en los juegos olímpicos de Londres en 2012, es un concepto algo ajeno a nuestra psique y harto difícil de explicar y asimilar. No obstante que la vida en las ciudades, colectividades por antonomasia, exige vida comunitaria y la práctica de principios solidarios la realidad del mexicano transita mayormente en su individualidad. Sobra decir que nuestros triunfos individuales no son reclamos puesto que la identidad nacional que hoy heredamos estará siempre sujeta a mutaciones, esperemos, positivas.
El país ha gozado de casi cien años ininterrumpidos de paz con profundidades diferentes y de estabilidad social con compromisos distintos. Los diez años que duró el proceso revolucionario, auténtico fuego purificador, marcaron un rompimiento frente al pasado y, aunque no logró resolver todos los rezagos históricos, si cimbró la conciencia nacional de manera tal que el México que surgió de la sangre y pólvora revolucionaria fue uno reconciliado consigo mismo.
El péndulo de paz y estabilidad, en ocasiones cargado a la derecha y otras hacia la izquierda del universo político, ha dado muestras recientes de regresar, esperemos, hacia el centro.
La identidad nacional, por supuesto, rebasa el quehacer político y las figuras públicas del momento – a Dios gracias- porque ella anida en cada uno de los que integramos el estado mexicano. Nuevamente la colectividad se impone a las definiciones académicas pero éstas sirven para explicar a aquella.
Todo intento serio por tratar el tema de la identidad nacional pasará, entonces, por un entendimiento sobre los valores que identifican a la colectividad, en este caso mexicano, diferentes de aquellos comunes a otros pueblos. Aun y cuando el idioma español es común a la gran mayoría de los países de Latinoamérica que igualmente estarán conmemorando en estos años dos siglos de separación formal de España, no podemos extrapolar la experiencia mexicana y exigir que todas las naciones al sur del río bravo reconozcan como figuras indirectas de su independencia a los mismos próceres que los nuestros47 ni conmemorar nuestros triunfos ni fracasos simplemente por tener en común la conquista española.
De igual forma en que el territorio enmarca el poder jurisdiccional de un estado y su influencia legislativa, son sus habitantes los que imprimen vida a la integración societaria y dan propósito a la legislación aprobada
Ser mexicano en el mundo interdependiente requiere de valentía y convicción pero más de amor y, sobretodo, conocimiento; por ello, mis hijos serán mexicanos y estarán orgullosos de ello.
47 Hacemos notar que en la Columna de Independencia ubicada sobre Paseo de la Reforma en la Ciudad de México existe reconocimiento expreso de notables extranjeros que ayudaron a México consumar su soberanía frente a España. Los restos de Francisco Javier Mina, paradójicamente español, se encuentran al pie de dicha columna y una de las cinco estatuas exteriores de personajes de la independencia le pertenece. Fray Melchor de Talamantes, peruano, tiene su nombre grabado en la columna misma. También, al pie de ésta se encuentra, en su parte interior, oculta a la luz pública, la estatua de un controvertido y arrojado irlandés del siglo XVII, Guillén de Lampart o William Lamport, precursor de nuestra independencia. Vemos que México noblemente ha reconocido la contribución extranjera en la consolidación de su identidad nacional.
Por nuestra cercanía con Dios y alejamiento de la rigurosidad estadounidense; por nuestro rico y glorioso pasado, por nuestro presente feliz y lleno de promesa y, desde luego, por nuestro futuro esperanzador aunque afortunadamente incierto, es que gritamos: ¡viva la identidad mexicana!