El Otoño del Tlatoani


Una idea no deja de rondarme.  Este sexenio llegó de forma prematura a su otoño.  La primavera y su esperanza pasaron rápido, sin dejar frutos atrás.  El verano fue uno plagado de tormentas.  Las sigue habiendo.  Las habrá hasta junio.  Tal vez más lejos.  Algo que se ve con claridad es que lo mejor de este sexenio, ya fue.  Y fue un desastre, por decir lo menos.

De la fronda, del follaje, del gobierno, parece que solo quedan ramas secas y hojarasca en el piso.  Ha comenzado el otoño. La devastación ha sido inmensa.  Estamos sumidos en el otoño prematuro de la esperanza.  De esta cuarta decepción, que no fue mejor que ninguna de sus anteriores.  Solo aguardamos por el invierno que viene.  Por cosas malas.  Por cosas tristes.  

El mensaje del 2 de enero del 2021, difundido en las redes sociales, del presidente, está plagado de mentiras e inexactitudes. De poses.  De frases huecas.   Me parecen dirigidas a débiles mentales.  Nadie con dos dedos de frente puede encontrar lógica en el galimatías de cifras y datos que nos arroja el personaje de palacio, para justificar su gestión, y para pretender que lo que viene será mejor. Reflejan algo preocupante.  Nuestro “líder” vive en otro planeta, y cree que nosotros también.  Ronda en la senectud. Nos habla del año de la esperanza del porvenir, pero no hace nada para remediar lo que nos duele hoy. Lo que nos dolía ayer.  Lo que nos dolerá mañana.  Nos habla de otra realidad.  Su realidad. Sus datos.  Entre otras cosas, por señalar algunos de los absurdos de su cosmogonía, se arroga el logro de mantener la paridad cambiaria.  Se arroga el mérito de incrementar el precio del petróleo, en el planeta.  ¿Es en serio? Mientras esos son sus orgullos, cientos de miles de empresas cierran.  De empleos se pierden.  Gente muere.  Siempre vendrán tiempos mejores, pero no creo que con ese liderazgo. 

AMLO (®) funciona con otras leyes.  Con otras reglas.  Miente.  Dice que en tres meses habrá vacunado a TODA la población, mayor de 60 años.  Eso son 12 millones de personas.  Para lograr su meta debe vacunar como a 133,000 mexicanos mayores de 60, al día, a lo largo y ancho del país.  Está comprando algunos cientos de miles de vacunas, al mes, y no está creando infraestructura para aplicarla.  Simplemente no alcanza. No alcanzará.  Jamás. Sus mentiras nos arrancan la esperanza. 

Una cosa lleva a la otra.  Al pensar en el otoño de este inmerecido sexenio, pensé en una novela que leí hace años sobre la cíclica decadencia de las dictaduras trasnochadas, particularmente en Latinoamérica.  Pocos libros me han hecho regresar la página, tantas veces en su lectura, porque es fácil perderse.  Es un gozo perderse.  Se trata del “Otoño del Patriarca” de Gabriel García Márquez.  A partir de gente que contaba sus historias, de los que hablaban, nos enterábamos de lo que pasaba. De lo que pensaban.  De lo que valoraban. 

México no tiene un “Patriarca”.  No como lo fue el General Zacarías, gobernante y dictador, solitario y añejo, en esa imaginaria republica caribeña, del libro de García Márquez, pero si tenemos a un Tlatoani.  Igual de solitario.  Igual de añejo.  Igual de iletrado.  Igual de ignorante.  Igual de soberbio.  

De hecho, técnicamente hablando, tenemos un “Huey Tlatoani”, y esto no es insulto, no me lo vayan a confundirlo con buey (o “guey”, dirían sus votantes), aún y cuando la tentación es grande.  

En muchos pueblos mesoamericanos, que tenían como lengua madre el Náhuatl, incluyendo al imperio Azteca, al gobernante de una ciudad se le denominaba “Tlatoani”.  Tlatoani (del náhuatl tlahtoāni) es el que habla.  El orador.  El que da las órdenes.  Gobernar era hablar.  Lo era entonces, y parece que lo sigue siendo ahora.  El Huey Tlatoani (Huēyi tlahtoāni) era el “gobernante” del Imperio, de la triple alianza.  El líder supremo del México precolombino. Parece que desde entonces nuestros paisanos desarrollaron el gusto de ser gobernados con saliva y no con acciones.  

En su otoño, el Huey Tlatoani nos salpica con sus palabras, con sus buenos deseos, sin ver mas allá de sus narices.  Muchos, millones, queremos ayudarlo, pero no solo no nos deja.  Nos ofende.  En su otoño se encierra en su concha.  Decide caminar despacio, cargando, según él, país en su lomo, sin lograr otra cosa que detenerlo. 

Si queremos librarnos del caracol, este año tenemos la oportunidad perfecta.  Las fuerzas políticas se están uniendo para contrarrestar el cáncer que representa el otoño del tlatoani, el cual sin duda nos destruirá, si no es detenido.   De nosotros depende, amarillos, rojos, azules o sin color, que el tejido que se forme sea una tela resistente.  Estética.  Que saque el país adelante.  El Huey Tlatoani se puso solo en su otoño.  Nosotros debemos ponerlo en su invierno, que será la nueva primavera de México.

Hagamos patria.  Preocupémonos.  Leamos. Opinemos.  Hablemos.  Hay que convencer.  Hay que llorar.  Hay que gritar.  Que nos noten.  Votemos.  Ojalá el invierno del Tlatoani llegue en junio.  Ojalá la primavera, de la que, supongo siguiendo la retórica actual, será la quinta transformación, llegue en la misma fecha que el invierno del Huey.   Así, solo así, si vendrán tiempos mejores.   

 

 

Gustavo A. Echeveste

 






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