Padre, me confieso, soy un optimista incorregible


armando

Tanta realidad nos abruma, estamos viviendo en un mundo que cada vez entendemos menos; uno que cambia tan rápido que ni tiempo nos da de acostumbrarnos a él; como las computadoras, apenas está uno aprendiendo a utilizar la nueva versión de Windows y ya salió la última actualización y a volver a empezar. Es el mundo de la obsolescencia, en el que; lo que no cambia se desecha. 

La raza humana pasó por la edad de piedra, del bronce, del acero y ahora estamos en la edad del plástico. Tenemos que adaptarnos a esta vorágine transformadora y actualizar nuestros esquemas mentales, para estar a la altura de los nuevos tiempos. Entender este mundo para mejorarlo.

Así nos está pasando en nuestro pequeño mundo, este pedacito de paraíso que escogimos para vivir. La pujante industria hotelera, con sus enormes inversiones está modificando el entorno a un ritmo acelerado, a tal grado que está dejando atrás al resto de la ciudad que no puede proveerle, por el momento, todos los satisfactores que demanda para sus empleados, como lo son, los servicios públicos, vivienda, agua, seguridad y educación.

Frente a este escenario tenemos dos caminos, lamentarnos amargamente y oponernos sistemáticamente a este crecimiento caótico, o ponernos de acuerdo entre todos para que esta bonanza se extienda al resto de la población.

Siendo pragmáticos, veríamos que detrás de cada gran necesidad social de nuestra comunidad, se encierra una excelente oportunidad para generar empleos y negocios. Un ejemplo de ello; con el boom hotelero, llega la oportunidad de poder vender todas esas viviendas que fueron abandonadas por sus moradores originales y que hoy lucen descuidadas y muchas de ellas vandalizadas. Así mismo, tarde o temprano, el municipio podrá contar con una reserva de tierra, para reubicar a las personas que viven en zonas de riesgo o las invasiones, lo que, tendrá que traducirse en un aumento de las ventas de las tiendas de materiales para construcción. 

Necesitaremos también más guarderías, públicas y privadas, así como centros de esparcimiento, áreas recreativas, en fin todo aquello que hace más grata la vida de las personas.

Muchas veces hemos querido satanizar las inversiones de los sectores hotelero e inmobiliario, acusándoles de venir a destruir nuestro apacible y añejo estilo de vida. Pero esto es algo que no lo podemos evitar, aquel pequeño pueblito que éramos hace veinte años ha quedado en el pasado, hoy todo está cambiando, nosotros también tenemos que hacerlo. Por ello, debemos de ser muy cuidadosos de que estos cambios se den dentro del marco de la legalidad, sin violentar los derechos de terceros y cuidando que se apeguen a las regulaciones ambientales y de planeación urbana para evitar caer en errores del pasado, donde hubo un crecimiento anárquico.

Maldecir a los inversionistas y esperar a que a las autoridades, de todos los niveles les vaya mal en sus funciones, es como escupir para arriba, si a ellos les va mal a nosotros nos irá peor, recuerden que los funcionarios públicos son los operadores de todos los programas de gobierno, seguridad, limpieza, ordenamiento urbano, etc. No estoy diciendo que acabemos siendo parte de un séquito de aduladores oficiales, sino de ser más propositivos. Sería muy sano que a cada critica que hagamos sobre lo que no nos gusta de nuestra ciudad, le acompañemos una posible solución y nos autopropongamos para llevar adelante nuestras sugerencias. 

Las oportunidades están aquí, en vez de perder el tiempo en un mar de lamentaciones, veamos en que podemos emplearnos para mejorar las cosas y obtener un mayor beneficio para nuestra pequeña comunidad.

Los optimistas viven con la esperanza de que las cosas mejoren, los pesimistas mueren esperando tener la razón. 

PD. Espero que esto último no lo haya dicho alguien antes que yo, para evitarme la pena de ser acusado de plagio, ya ven que está de moda. Nomás digo,

armando@bajaterrainmobiliaria.com






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