Habemus pantanus
No es la primera, ni seguramente será la última vez que el tema del Estero de San José del Cabo nos ocupe en este espacio. Y eso de que ‘nos ocupe’ es un decir porque realmente debiera ser, nos preocupe.
Esta también llamada laguna costera que por siglos ha estado ahí, precisamente ahí, donde desemboca el río subterráneo San José que baja de la sierra de La Laguna y que ha mantenido el equilibrio climático entre el desierto y el mar en forma de un oasis de vida con palmares, bosque de guamúchil y mezquite, juncos, tule, carrizo y lirio acuático además de otras plantas, es el hogar (o al menos solía ser), ya sea permanente o temporal, de más de aves, crustáceos y reptiles entre otras especies.
Pues bien, como muchos ya sabemos, este tesoro natural que es no solo patrimonio de los cabeños, sino de todos los que creemos que para subsistir debemos conservar y preservar nuestro en torno, está sucumbiendo a pasos agigantados, como se puede observar a simple vista.
Ver cómo con nuestros propios desechos estamos contribuyendo a que su agonía sea ya evidente, debe sacudirnos como habitantes de esta maravillosa tierra que son Los Cabos.
No necesitamos ser biólogos, investigadores, científicos, ambientalistas ni funcionarios para darnos cuenta de que la planeación, si es que la hubo en algún momento, fue por demás corta de visión. No hacía falta mas que analizar los crecimientos históricos de lugares propicios a la explotación turística para saber que el crecimiento poblacional tenía que tomarse en cuenta.
Cuesta mucho trabajo ponernos en la cabeza de aquel o aquellos que decidieron que había que construir una planta de tratamiento precisamente junto a este santuario de aves y vegetación. Ahí pegada al remanso ideal para cientos de aves migratorias que descansaban y se recreaban en este paraíso para luego seguir su ruta hacia alguna dirección de la estrella de los vientos. Cuesta mucho pensar que por esas mentes “brillantes” no cruzó la posibilidad de que, una vez con la planta ahí y con la población inminentemente creciente, se podría convertir en una verdadera pesadilla con la imposibilidad de crecerla y crecerla sin fin.
En 1980 con menos de 20 mil habitantes, se pensó que la planta de tratamiento construida por FONATUR daría servicio para tratar los desechos de esta pequeña comunidad para convertirlos en aguas grises que en el futuro podrían ser utilizadas para el riego de campos de golf o áreas verdes. Sin embargo, y como era de esperarse la población fue creciendo por lo que hubo que ampliar su capacidad que llegaría hasta 250 litros por segundo, capacidad que, desde hace ya varios años, ha quedado rebasada con el consecuente derramamiento de aguas crudas que actualmente se vierten en el estero.
Lo anterior no ha sido aceptado bien a bien porque, aparentemente, existen certificados periódicos expedidos por la Comisión Nacional del Agua que están por darse a conocer, aunque lo cierto, como digo más arriba, no se necesita ser experto, ni tener un título o cargo público como para no ver que la contaminación tan grave como continua, proviene principalmente de la planta de tratamiento.
Reuniones van, foros vienen, artículos, columnas, reportajes sobre lo que está ocurriendo se publican y parece que de pronto toda esta avalancha de avisos y alertas parecen desvanecerse ante la impotencia debido a que, hasta el momento, no se vislumbra alguna solución pronta.
¿Cerrar la planta? Impensable ¿Ampliarla? Poco probable y será tan solo una aspirina. Pareciera que en un intento de oxigenar al moribundo sería iniciar, urgentemente, la construcción de otra planta y en un lugar adecuado. O; ¿esperar a que otro fenómeno de la naturaleza lo vacíe y acabe de destruir sus palmares y secar su lecho?
Ciertamente la respuesta no es fácil ni la veo cerca, pues no soy experto, si embargo es indudable que cada vez estamos más cerca de decir “Habemus pantanus”. Las capas verdes van ganando espacio mientras el tule y el carrizo se sigue multiplicando robando el poco oxígeno que antes los peces y crustáceos solían respirar. Ahora el espacio es para las aguas crudas que vomita la planta de tratamiento y que son una mierda que rodea a los patos y garzas que aun quedan y que no tardan en emigrar.
Así de crudo y oscuro está y estará el panorama mientras los investigadores, biólogos, ambientalistas, empresarios, periodistas, ciudadanos y políticos sensatos (debe haber alguno) no mantengan una luz de lucha que clame que aun es tiempo en unir habilidades y recursos para rescatar este tesoro invaluable que es nuestro estero de San José del Cabo.
Cuídese
AFC