El límite de lo absurdo


Días iluminados que son noches oscuras, abundancia que es escasez, verdades que son mentiras. El absurdo de un actuar de manera ilógica, contraria a la razón y el sentido común.

La democracia de las personas que NO desean participar en las tareas de gobierno, ni desean participar conscientemente en la elección de sus representantes de gobierno. Un duro golpe de una sociedad, que dice ver, estando ciega.

Aceptamos el régimen de políticos que no son políticos, son defraudadores, líderes de la demagogia, que predican el ejemplo de la retórica al hablar con elocuencia, embelleciendo las palabras para deleitar los pensamientos, persuadiendo a la sinrazón, con el claro objetivo de convencer que estamos bien cuando estamos mal. Es un asalto a la inteligencia de las personas para imponer el miedo de aceptar la verdad, porque les conviene hacer creer que es mejor vivir  con esperanza de que terceros van a resolver nuestros problemas, antes que usar el sentido común que acepta la verdad para poder decidir la forma correcta de resolverlos por nuestras propias acciones.

Estamos llenos de fantasías al querer creer que se tiene la razón por el simple hecho de querer tenerla, o peor aún, no podemos ocultar lo evidente ante nuestros ojos, la verdad de la razón no se oculta, siempre está presente en nuestros pensamientos, y como versa el dicho: “el sol no se oculta con un dedo” por el simple deseo querer ocultarlo, porque creemos que nos conviene ocultarlo.

Queremos seguir en un régimen autócrata, cediendo autoridad ilimitada a una persona que se empoderará por encima del estado de derecho, eligiendo reyes por tres o seis años. El absurdo tiene límites, los conocemos, los rechazamos, podemos y debemos impedir que nos sigan gobernando. No debemos seguir en el absurdo solo por el anhelo, la esperanza de que algo puede cambiar sin transformarnos.

Somos lo que somos, una sociedad que anhela una vida democrática, incluyente, equitativa, libre, amorosa, segura, con mejor calidad y esperanza de vida, pero aceptamos una dictadura en las palabras de nuestros secuestradores como parte de una forma de gobernar en el caos. Somos parte de una enfermedad como el  síndrome de Estocolmo al desarrollar un vínculo afectivo entre nuestros secuestradores de la razón.

Pareciera que puede más una actitud estúpida o poco inteligente aceptando palabras huecas porque se desea algo y se vive con la esperanza de tenerlo con el mínimo esfuerzo, que esforzarnos por conocer la realidad y enfrentarla con alternativas de solución apegadas al trabajo para tener lo deseado.

Debemos tener la voluntad social para aceptar la verdad y NO preferir un régimen antagónico a un gobierno democrático y participativo. No debemos ser esclavos de nuestra necedad de alimentar lo inaceptable, creyendo que somos parte de algo más grande, cuando somos pequeñas marionetas de nuestras propias mentiras.

Hay que ponerle límites al absurdo…. estamos en tiempo, es nuestro derecho. No tenemos más opciones, tenemos que transformarnos en una sociedad que le de vergüenza la clase política corrupta. No podemos seguir dejando pasar al político que se le probó ser un delincuente, mentiroso, defraudador, traidor a los principios éticos.

Tenemos que hacer respetar el estado de derecho con políticos con probada solvencia moral para que hagan ejercer la autoridad que le confiere el marco jurídico constitucional, que ponga por delante el interés del ciudadano que vive bajo el derecho fundamental, que es inalienable y que fluye de nuestra naturaleza como personas que merecen una vida en libertad y en la búsqueda de la felicidad, sin coaccionar este mismo derecho en otras personas.

Un duro golpe es ponerle limite a la sinrazón para cederle el paso a la razón. No es aceptable vivir en el absurdo.






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