Muerto el perro...
Hoy seré breve. El relajo electoral del vecino del norte me tiene con el ciclo de sueño trastocado. Han sido elecciones emocionantes, y agotadoras. Escribiré unas palabras y trataré de dormir.
El 20 de noviembre de 1975, hace cerca de 45 años, se pensó que una era había llegado a su fin. Falleció en Madrid Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde quién, a pesar de ser gallego (que tienen una mal ganada fama de tontos) y medir tan solo 1.64 de estatura, tuvo a los españoles bajo su pequeña bota, por cerca de 40 años. Muchos imaginaron los tiempos mejores que vendrían. Y nadie le atinó en realidad.
Tres años después, en 1978, un magnifico cantautor, oriundo de Galicia Oriental (Asturias, que le dicen los nativos) Víctor Manuel (Victor Manuel San José, VMSJ) que nunca conoció una España sin Franco, pues nació en 1947, nos regaló una joya, que sigue vigente hoy: “Canción de la Esperanza”.
Esa canción de varias formas nos habla de la opresión sufrida, de los miedos, de la esperanza gestada, del futuro, de la democracia, pero, sobre todo, de la realidad que se impone. Se nos dijo que, muerto el perro, no se fue con él la rabia.
Así estamos, al fin de este endemoniado año del 2020. En el país mas influyente del planeta hubo elecciones. Un candidato era impresentable. El otro, también, pero light. Desde afuera algunos abrigaron (abrigamos) la esperanza de que el inagotable odio sembrado por el troglodita en el poder no germinara.
Que la mentira no diera semilla. Soñaron que el resultado pondría fin a una era de extremos dañinos. Creyeron que el 3 de noviembre, el pueblo americano pondría fin a una era.
Al igual que los españoles de 1975, los que eso pensaron en el 2020, se equivocaron. Ese perro creo ríos repletos de rabia. La rabia no se irá con el perro. Seguirá fluyendo. Dividió un país que solía estar unido. Partió familias. El país que presumía de ser la democracia mas grande en la tierra está ahora con una mitad que está a nada de odiar a la otra. El perro se irá a jugar golf y a gozar de sus millones. La rabia seguirá ahí. Quedarán cicatrices. ¿Qué hacer con eso?
Se creyó que el populismo moriría, con el tipo naranja del copete rubio, en el 2020. Nada de eso. Hay una base importante, casi la mitad exacta, que quiere oír el mensaje que quiere oír. Tal vez tenemos que entender que la verdad, la realidad o la racionalidad demostraron ser anzuelos poco atractivos para los electores.
La solidaridad global está sobre estimada (overrated). Muchos estadounidenses ya no quieren cargar al mundo en hombros. No quieren pagar más impuestos, para que haya vacunas en Zaire o el Salvador. Que la economía de Etiopía o Bolivia se vaya a nabo, no es su asunto. Si los alemanes, los franceses o cualquier miembro de la OTAN le tienen miedo a Rusia, que le metan su dinerito para reclutar tropas. Ya estuvo suave de pagar para mantener el mundo rotando. El cambio climático les puede valer gorro, mientras manejan su Pick Up de 8 cilindros y motor de 5 litros, de una respetable marca americana, como Ford o Chevrolet. Para cuando la Florida esté bajo el mar, ellos estarán muertos, y sus descendientes a salvo, en North Dakota.
Hay lecciones que aprender. Muchas. No se debe callar. Esa es la primera. El temor de no ser escuchado no justifica guardar silencio. Hay formas y formas de decir las cosas. Hay que encontrar las correctas. No es ético renunciar a la verdad, pero no es práctico aferrarse a ella. ¿Dónde está el término medio?
“… Que no cese la esperanza acorralada, con voto no cambiamos casi nada.
Que no cese la esperanza acorralada, muerto el perro no se fue con en la rabia...
“… Toda la política se hacía contra ti, eras el resumen a vencer
Ahora todo es más complejo, todavía lo difícil es crecer.
Y aceptar que otros decidan por tu cuenta con el voto que les des…” VMSJ
Hay que acabar con los perros, pero también con las rabias.
Gustavo A. Echeveste