El General en su laberinto…
Gabriel García Márquez, el mejor narrador americano, en castellano, tiene el enorme talento de, al escribir, crear títulos provocadores independientemente de la obra en mano, uno puede hacer el ejercicio de cerrar los ojos y darle la vuelta al título de muchas de sus obras, y acabar en la cabeza con una historia diferente a la que el premio nobel nos quiso contar, sólo porque hay una propuesta en las palabras del título de la obra que evoca imágenes provocadoras, y a partir de ahí, todo cae en cascada.
¿En qué piensas cuando sabes que el Coronel no tiene quien le escriba? ¿Por qué no le salvaron la vida, si su muerte ya estaba anunciada? ¿Cien años no te alcanzaron para encontrar a alguien, y sigues solo? ¿Acaso el amor realmente es un demonio? ¿Necesitamos otros? Así podríamos seguir un rato.
Toda esa digresión vine al caso por un libro escrito sobre los últimos días del General Simón Bolívar. La obra se llama: “El General en su Laberinto” (1989). No haré un “spoiler” del libro, para quienes no lo hayan leído.
La mención viene al caso porque la enterarme de la detención del General Salvador Cienfuegos Zepeda, casi lo primero que me vino a la cabeza fue el nombre de ese libro. Tal vez lo único que hay en común entre el Bolívar, de García Márquez, y el Cienfuegos, de la DEA, es que se refiere a personajes que fueron grandes, poderosos y respetados, en el ocaso de sus vidas. Otra similitud, tal vez no tan evidente, es que ambos, para llegar a donde llegaron, construyeron laberintos. Levantaron setos, armaron recovecos, tendieron puentes, cavaron fosos. Crearon rutas de escape, y rutas de perdición, para ellos y los demás. Se hicieron de muchos amigos. De algunos enemigos. Al final del día, se dificultaron la salida de sus laberintos, sin ser esa su intención. Son un par de generales atrapados en laberintos.
Donde la cosa se pone interesante, en el caso de Cienfuegos, es en la evaluación de aquellos que comparten su laberinto. El General no entró solo. No es el único atrapado. Sostengo la tesis de que el Cabo Hernández, o el Sargento García (Hernández y García fueron escogidos por ser los apellidos más comunes en México) tienen un acceso más “fácil” a la corrupción, que un General de División, Secretario de la Defensa Nacional.
Me explico: si un malandrín pasa por la carretera X y hay un retén a cargo del famoso Cabo Hernández y se descubre que está transportando algo indebido, SIN PERMISO, el Cabo y el malandro pueden entrar en “negociaciones” para que la “mercancía” pase. Una vez concluidas éstas, y pagada la cuota, de ello no se enteró nadie, más que el sargento García, y tal vez un par de soldados que estaban en la guardia, a los cuales les toco una mochada. No corrió sangre. Fácil y rápido. Sin huellas. Salió para el chivo.
El escenario se complica cuando el acto de corrupción esta a cargo del señor Secretario de la Defensa Nacional. El no puede hacer NADA por si mismo. Ni servirse café. No puede levantar la pluma, como el Cabo Hernández y dejar pasar una camioneta, haciéndose pendejo. El General de División Secretario de la Defensa, si llega a un arreglo con el “Maztuerzo” Martinez (tercer apellido más común), líder del Cártel de Tocumbo (Municipio de Michoacán, escogido al azar), debe usar la estructura militar para dar cumplimiento a sus compromisos. Posiblemente tenga que hablar con un General de Brigada, a cargo de la Zonas Militares, el cual deberá hablar con un General Brigadier, a cargo de Michoacán, el cual bajará al orden de no meterse con el “Maztuerzo”, a los Coroneles encargados de determinadas labores, de ahí a los Capitanes, Tenientes, etc. Si hay orden de dejar pasar al Maztuerzo y su gente, nuestro Cabo Hernández y el Sargento García, en esas frías noches, siguiendo órdenes, lo dejaran pasar. No saldrá pa’l chivo, pero órdenes son órdenes … Ya caerá un despistado.
Mi punto es que, si existió corrupción, esta tuvo que ser como una telaraña. Involucró a decenas, cientos conexiones entre miembros en activo de las fuerzas armadas, desde los más altos rangos hasta soldados rasos. Me cuesta trabajo pensar que alguien que se dio del alta en ejército en 1964, y que llegó a ser comandante de la Quinta Región Militar (Jalisco, Colima, Nayarit, Zacatecas y Aguascalientes), Novena Región Militar (Guerrero), Primera Región Militar (Distrito Federal, Estado de México, Hidalgo y Morelos), y Séptima Región Militar (Chiapas y Tabasco) para finalmente, por tres años, ser director del Heroico Colegio Militar, antes de ser Secretario de la Defensa, carezca de conocidos. De cuates. De cómplices dentro de las fuerzas armadas. De cómplices de ayer. De cómplices hoy.
Vienen las obligadas preguntas: ¿Cuántos altos mandos en activo hoy, están atrapados en el laberinto del General Cienfuegos? ¿El gobierno de López, en unión simbiótica a los militares, podrá salir del laberinto? ¿López (cuarto apellido, por desgracia, mas común, con uno menos hubiéramos estado mejor) tendrá idea en el berenjenal en que está? ¿Tendrá un plan para salir?
Ahí de las dejo…
GAE